Murió el Papa Francisco. Su figura y pontificado han sido complejos, fue aclamado tanto por cristianos como por no cristianos, al tiempo que fue ampliamente criticado incluso dentro del mismo catolicismo. Sus palabras y actos han provocado admiración y división, y su muerte deja una tensa calma ante la duda en torno a su sucesor.
El Vaticano dio la noticia destacando su mensaje de paz y de coraje para vivir el amor universal, en especial, hacia los más pobres y marginados. Estas pocas palabras retratan el pensamiento y la persona de Francisco; un Papa que no tuvo miedo de confrontar a propios y extraños, exigiendo respeto a la dignidad humana y una actitud más humana y solidaria hacia los que más sufren.
Recuerdo cuando se vio al Papa saludando a fieles en Morelia y casi fue tirado al suelo por una persona que trató de pasar por encima de los que estaban en las primeras filas para tomarlo de la mano. El Papa, visiblemente enojado, le dijo con dureza: “No seas egoísta”, rompiendo en mi cabeza esa imagen dulce y mansa que tenía asociada con la figura del Papa. Francisco era otro modelo de Papa. Era el Papa incómodo que vino a pedir congruencia y austeridad desde la misma Roma y para el mundo.

¿Huachicol de afiliaciones?
Ese “no seas egoísta” dirigido a un fiel católico, debería cimbrarnos a todas las naciones e individuos que hablamos de la dignidad humana y los derechos humanos como el centro de nuestro ideario social y político. Esas palabras están dirigidas a todo lugar del planeta, pero en especial a aquellas naciones que las que —en algunos casos por herencia cristiana— se anuncia con bombo y platillo que existe una igualdad en dignidad entre todas las personas. El egoísmo nace del buscarse primero a uno mismo, abandonando al vulnerable en su necesidad. Éste fue uno de los principales reclamos y enseñanzas que rescato del papado de Francisco.
Esta llamada a ser congruentes con los valores y principios que decimos que rigen a nuestras sociedades es universal y trasciende las fronteras de la fe. Hoy afrontamos un momento político en el que las grandes potencias están privilegiando el egoísmo por sobre la misericordia, la caridad y la justicia. El primero yo, cuando existe una desigualdad que mata de hambre y cuando el cambio climático y la violencia empujan a la migración a millones de personas, no tiene cabida en quien afirme la igual dignidad y el derecho de cada persona a contar con lo mínimo necesario para vivir según dicha dignidad. Lo demás es hipocresía, que ha de ser señalada con el mismo coraje con el que lo hizo Francisco ese día en Morelia.
No podemos darnos golpes de pecho e ignorar al desvalido. No podemos presumir nuestros valores morales como nación y cerrarle la puerta al indefenso.
