LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Todo a su tiempo

Valeria Villa<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

La razón por la que se inicia terapia es un padecimiento, algún tipo de duelo o de sufrimiento. El proceso para dejar de padecer, para sufrir menos, para darle cierre a un duelo, puede tomar mucho tiempo. Ese tiempo no es universal y está determinado por la subjetividad de la persona. No se debe apurar ni presionar para que las cosas sean distintas. A veces la angustia por sentir que no se avanza, que no se puede salir de un lugar de dolor es del paciente, pero a veces es la terapeuta quien se angustia porque el paciente sigue sufriendo por lo mismo, dando origen a sentimientos de impotencia. Toda terapeuta ha pensado alguna vez que su trabajo no está funcionando, porque no logra ayudar al consultante para que deje de padecer.

También las personas que rodean al paciente, se desesperan con la lentitud del proceso de mejoría de su familiar o amigo. Con las “mejores intenciones”, la gente dice “sal, diviértete, pasa la página, la vida se te va de las manos, vuelve a ser la que fuiste, ha pasado ya mucho tiempo, ya deberías estar mejor, esa terapia no te sirve de nada”.

Es difícil empatizar con quien ha perdido el deseo temporalmente y que parece no tener energía para nada. Cuando estamos muy tristes, en duelo o en crisis, la energía psíquica es limitada y no alcanza para hacer grandes planes. La visión épica de la heroína que sale fortalecida del dolor, está bastante alejada de la realidad: se vale ser patética, no tener ganas de ver a nadie ni de hacer nada, ni ser un ejemplo de resiliencia.

Juzgar arbitrariamente si alguien ya debería estar bien es muy agresivo y muy poco empático. Decirle a alguien que no es para tanto, que se anime, que sonría, que esté contento, es una buena forma de no comprenderlo ni de respetarlo.

Hay un perfil de personas para quienes es particularmente difícil estar mal. Son aquellos que por su lugar en la familia, por su personalidad, por las expectativas de los padres, se han estructurado como hijos complacientes que dejan a un lado su propio deseo para no decepcionar. Personas que tienen una dependencia intensa con la validación, ya que todo lo que hacen es para ser reconocidas como buenas, fuertes y capaces. El costo es la autenticidad. En lugar de ser genuinas, interpretan a un personaje estereotipado del que se espera alegría, trabajo incansable, y que siempre esté bien y de buenas.

En el camino hacia el cambio, debe tomarse en cuenta la compulsión a la repetición, que se define como un proceso de origen inconsciente, a través del cual la persona se sitúa constantemente en situaciones penosas, repite experiencias antiguas, sin recordar el origen de ellas, sino que lo experimenta como algo plenamente motivado en lo actual (del Diccionario de psicoanálisis, Laplanche-Pontalis).

En 1914, Freud escribió Recordar, repetir, reelaborar, texto en el que describe las diferentes maneras en que el pasado puede manifestarse en la vida consciente. Los pacientes tienden a repetir en su relación con la terapeuta aspectos de sus conflictos inconscientes para analizar y reelaborar. En Más alla del principio del placer (1920) Freud se refiere a la tendencia del sujeto a repetir experiencias dolorosas o traumáticas. Ya no es sólo la búsqueda del placer lo que mueve al sujeto.

La repetición aparece como una acción de origen inconsciente. Los pacientes no recuerdan muchas cosas pero las actúan: los traumas de la infancia, reproducir una y otra vez las mismas rupturas amorosas, realizar los mismos rituales obsesivos, consumir compulsivamente alguna sustancia, ser desafiante con figuras de autoridad, someterse sistemáticamente, fracasar ante las mismas circunstancias, parecerse al padre o a la madre en la forma de hacer pareja o de educar, etcétera.

La terapia es un instrumento para que la persona pueda construir algo diferente y no siga siendo rehén de sus fantasmas, al descubrir el origen de lo que lo hace repetir.

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