En días recientes, los países que integran la región de Norteamérica han experimentado vibrantes procesos políticos.
En primer lugar, las elecciones celebradas en Canadá. Un proceso electoral de la mayor relevancia, que arroja importantísimas lecciones. Hace apenas unos meses se daba por hecho que habría alternancia en el gobierno. Tras diez años como primer ministro, Justin Trudeau pagaba el costo de una administración desgastada y con fuertes críticas. Pierre Poilievre, del Partido Conservador, parecía ir en caballo de hacienda para ganar la elección.
Y entonces Trump ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos y cimbró la política canadiense. Como se sabe, dentro de la dificultad e imprevisibilidad que es lidiar con Trump, en su retorno al gobierno ha decidido ensañarse con sus socios y vecinos. No solamente con la amenaza de aranceles, sino que ha emitido insolentes declaraciones contra los gobernantes de ambos países con los que tiene frontera. En el caso de su vecino del norte, fue particularmente grave y hostil, con declaraciones de tratar a Canadá, no como un país soberano, sino con la pretensión de reducirlo a un estado más de la Unión Americana y codiciar con voracidad los recursos naturales del país. Astuto como es y entendiendo la jugada, Trudeau renunció a sus aspiraciones de seguir al frente del gobierno, propició la sucesión en su partido y adelantó la convocatoria a elecciones. Junto con el adecuado sucesor al frente del Partido Liberal, y ahora ganador de las elecciones, Mark Carney, en una magistral entrega de posta, estuvieron a la altura en sus responsabilidades de Estado, se enfocaron en una defensa estratégica —no en palabrería demagógica patriotera— del país y revirtieron los más de 30 puntos en las intenciones de voto que hace seis meses vaticinaban una contundente derrota del Partido Liberal. Poilievre ni siquiera pudo defender su escaño en el parlamento canadiense. Con el triunfo de Carney, Canadá es el único país de la región que mantiene una democracia liberal que resiste a los embates del populismo destructivo.

Duarte queda preso
Por otro lado, aunque pareciera una eternidad, apenas se cumplieron los primeros 100 días del gobierno Trump II. En este primer tramo el balance es claramente deficitario. En la escena internacional, Trump ha mantenido su desprecio por el multilateralismo y la cooperación, y ha detonado conflictos y desencuentros con distintos países y regiones. Con la “guerra arancelaria” que mantiene, ha generado una fuerte hostilidad en diversas regiones del planeta y ha traído como consecuencia un ciclo de nuevas tensiones comerciales con China. Los frentes de conflicto interno se han multiplicado: con las universidades; con la “declaratoria de guerra cultural”, contra los otrora beneficiados por las políticas de diversidad, equidad e inclusión; con los discursos antiinmigrantes —si bien es cierto que no se han realizado las razias y deportaciones masivas anunciadas—; con la embestida a la burocracia y el servicio público; o con el efecto boomerang que termina afectando a los propios productores y consumidores del mercado interno, como efecto de la absurda guerra arancelaria que tiene a la economía estadounidense al borde de una recesión. Trump II se superó a sí mismo: se trata del presidente con menor aprobación en los primeros 100 días de gobierno desde la posguerra, rompiendo el récord que hasta entonces él ostentaba en su primer gobierno.
Para cerrar, nuestro país. Qué clase magistral de defensa de la democracia y estatura política del expresidente Ernesto Zedillo en el actual ciclo de expresiones públicas. La contundencia y elegancia de los argumentos de quien sí tiene talante de estadista.

