Millones de campesinos empobrecidos conocieron ese momento terrible, mezcla de frustración y de esperanza, cuando, por fin, se decidieron a dejar el país. Cogieron un morral, se bebieron un café de olla en la madrugada y agarraron pa’l norte. Ocurrió masivamente en los años 90, después de que las importaciones de granos, por el TLC, desestabilizaran al campo mexicano.
Ha sucedido en las últimas décadas en ciudades asoladas por el crimen organizado. Se fueron muchos que recibieron amenazas; quienes presenciaron un asesinato; quienes sufrieron un secuestro. Yo también me iría si de sobrevivir se tratara.
Pero hoy escribo de otros migrantes. Ésos a los que no les creímos. Unos que han sido poco estudiados y que corresponden a una frase cliché que pocas veces tomamos en serio: “Si gana Morena, me voy del país”. De clase media y alta. La frase, parecida a un chantaje, la pronunciaron algunos en 2018. Otros cuantos en 2024. Y la mayoría, obvio, no se fueron. Aquí siguen quejándose de la política, de la inseguridad y de la economía.
Pero conozco cuatro familias mexicanas que decidieron migrar a Canadá, entre 2018 y 2025, aunque no vivían en medio del fuego de la narcoguerra, ni fueron víctimas de un secuestro. Me intrigan y, por eso, respetuosamente, escribo sobre ellas.
En dos de esos casos, el factor fueron los padres y su miedo al “comunismo”, al “socialismo”. Tanto temor tenían de que ganara López Obrador que, cuando ocurrió, los hijos no esperaron a ver lo que hacía, emprendieron la huida.
En otro caso, el motivo fue aspiracional, seguir mejorando generación tras generación. Pero el catalizador para partir, tristemente, fue la reducción de la pobreza en México, bajo el argumento de que “lo que el clientelismo le está regalando a la gente ‘gratis’, se lo están quitando a la clase media que sí le echa ganas”. Aclaro que no comparto esa idea. Hasta el más humilde mexicano paga el IVA y, por lo tanto, tiene derecho a recibir los programas sociales que le corresponden.
Finalmente, al cuarto caso que conozco le fue mal en la feria (mucho trabajo y poco reconocimiento), sumado a un íntimo desprecio contra los “arribistas”.
¿Están equivocados esos migrantes? Personal y subjetivamente creo que sí, lo cual no es sorprendente, pues si yo opinara de otro modo ya estaría tramitando visas. Pero sólo el tiempo podrá decir si tenían razón, si México se convertirá en un país más pobre, inseguro y autoritario. O al revés. O mejorará en algunos aspectos y empeorará en otros.
No ignoro que, hoy, 40 personas desaparecen al día en el país. Al mismo tiempo, veo a mi alrededor a gente luchando para salir adelante, no a “zombis adormilados por las dádivas del Gobierno”, como diría la derecha. La semana pasada disfruté enormemente conviviendo con mexicanas de Hermosillo, Morelia, Querétaro y otras ciudades más, dentro del Encuentro Nacional de Capoeira. Amigos de barrios fifís y de colonias populares. Lo armamos en un teatro del Estado y dentro de un nuevo parque (Parcur, en Chapultepec). Estuve tan contento que no resistí pensar: “¡Qué chido país! ¿Por qué algunos privilegiados se van?”.

