Muchos creen que la inteligencia artificial es el arma del futuro. Es cierto que, desde 2022, en que ChatGPT sorprendió al mundo, hasta a los más escépticos se nos caía la baba al ver que esa aplicación de Internet respondía preguntas como un ser humano. Con errores, cierto, alucinaciones tan sorprendentes como sus aciertos, pero la hemos visto entregarnos en un par de segundos respuestas complejas. Los usuarios más hábiles saben cómo arrancarle soluciones a acertijos que les tomaría horas o incluso días resolver.
Desde el principio desconfiamos de ella, como debía ser. ¿Cuáles eran los riesgos, cuáles los costos ambientales de la IA? Pero se ha vuelto difícil evitarla, porque hasta los antiguos buscadores de Internet se han convertido en IA generativa. Las grandes compañías dicen que la IA no sólo tiene huella de carbono, sino que ayuda a reducir emisiones de efecto invernadero; por ejemplo, cuando usas Google Maps circulas de manera más eficiente y quemas menos gasolina. Y los chips de la IA han ido mejorando su eficiencia año con año.
El Gobierno federal y gobiernos estatales, como el de Querétaro, apuestan por recibir y desarrollar la IA y los servicios conexos que ella demanda, como los centros de datos. Y ya han aparecido ciudadanos indignados de que esas inversiones no hayan sido precedidas de estudios de impacto ambiental y de que se destine mucha agua para enfriar los servidores, en vez de garantizar el consumo humano. Las empresas responden que en 2030 se reinyectará al subsuelo toda el agua que se use.

Parece que Yunes y Cortés ya se traían ganas
Quienes trabajamos en educación, debemos reconocer que la IA ha llegado para quedarse, que los estudiantes la consultan desde sus celulares sin pedirle permiso a sus profesores (que también la consultan, pero más discretamente). Debemos ayudar a los jóvenes a servirse de esta herramienta de manera crítica y ocasional, para mejorar sus vidas, no para apagar sus cerebros. Y no podemos olvidar los libros, ni el deporte, ni el trabajo en equipo.
Escuché a Tania Rodríguez Mora, subsecretaria de Educación Media Superior, recomendar reforzar en los jóvenes la lectoescritura mediante la poesía. Tiene razón. Me consta. La poesía es misterio semántico, es difícil, y los estudiantes que se asoman a ella, en la edad de la punzada y del primer amor, se apasionan por el lenguaje, por su musicalidad y por la precisión de las palabras. La poesía es un arma cargada de futuro, escribió Gabriel Celaya: “Poesía para el pobre, poesía necesaria / como el pan de cada día, / como el aire que exigimos trece veces por minuto, / para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica. / Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan / decir que somos quien somos, / nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. / Estamos tocando el fondo”.
En estos días, la Unión Europea recomienda a sus ciudadanos tener a la mano dinero en efectivo para enfrentar posibles apagones y ciberataques. Unos 70 euros para sobrevivir durante 3 días. También es vital preservar las bibliotecas personales y municipales en papel (con enciclopedias, ciencia y literatura) para que, en caso de caída del sistema, no regresemos a la prehistoria.

