En el aniversario de la Doctrina Monroe, la Casa Blanca revivió sin tapujos la consigna “América para los americanos”. El presidente Donald Trump aprovechó la efeméride para proclamar su propio “corolario” al mensaje de 1823, dejando claro que, en su visión, el hemisferio occidental debe estar bajo control de Washington y no de otras naciones o instituciones globales.
Detrás de ese discurso se esconde la reafirmación de una política exterior que retoma viejas formas de intervención en América Latina, con la misma lógica de hegemonía y subordinación, utilizando herramientas políticas, económicas y militares.
La intervención en procesos electorales recientes muestra con nitidez el resurgimiento de la doctrina. En Argentina, Trump se ufanó de haber ayudado a Javier Milei con un respaldo financiero que alcanzó los 40 mil millones de dólares. Fue más allá: condicionó el apoyo de EU al país al resultado electoral. En Honduras, llamó abiertamente al voto por Nasry Asfura, pero cometió el error de anunciar el indulto al exmandatario Juan Orlando Hernández —muy impopular en Honduras—, lo que probablemente restó votos a su candidato preferido.

Reconocimiento al Ejército
Brasil también ha sido objeto de presiones. El gobierno de Lula denunció como chantaje los aranceles del 50 por ciento impuestos por Trump a sus exportaciones, que buscaban frenar las investigaciones contra Jair Bolsonaro.
En el caso de Venezuela se ha optado por desplegar una flota militar frente a sus costas y se autorizaron ataques que dejaron decenas de muertos en embarcaciones en altamar. Evidentemente, se trata de un régimen ilegítimo y responsable de violaciones graves a los derechos humanos de su población. Pero la amenaza con el uso de la fuerza sigue siendo un mensaje dirigido a toda la región.
No es casual que esta política evoque la vieja doctrina del “gran garrote” impulsada por Theodore Roosevelt a comienzos del siglo XX. Aquella estrategia justificaba la intervención directa en los asuntos internos de los países latinoamericanos para preservar los intereses de Estados Unidos. La combinación de amenazas militares e incentivos económicos consolidó una política de zanahoria y garrote que aseguraba el dominio regional.
El caso mexicano es mucho más complejo y sofisticado. Los temas de cooperación/no cooperación, revisión de tratados comerciales y ofrecimiento de ayuda militar para combatir el narcotráfico ejemplifican la relación asimétrica que impera.
Doscientos años después, la Doctrina Monroe no sólo no ha sido archivada: ha sido reeditada bajo el lema intacto de “América para los americanos”. Es improbable que la administración Trump cambie de rumbo unilateralmente. Tampoco se percibe una “unidad latinoamericana” que ejerza una respuesta coordinada. Por lo que habrá que estar atentos a las próximas resoluciones de la Suprema Corte y el Congreso estadounidenses en temas como las facultades para imponer aranceles o autorizar el uso de la fuerza, que serían los únicos que podrían frenar el renovado monroísmo.

