Cicatriz indeleble

Cicatriz indeleble
Por:
  • David Leon

Ser padre es lo más valioso que me ha pasado. Desafortunadamente paso pocos minutos al día con mis hijos, pero los pienso en todo momento, están presentes en mi mente y en mi corazón, esté donde esté.

Pensar que algo malo les pueda pasar, me resulta angustiante. Cuando nació mi segundo hijo, el riesgo y ese sentimiento se duplicó, y así fue sucesivamente con los nacimientos de mis hijos siguientes. A pesar de la existencia de cualquier problema que ocupe mi mente, cuando algo le pasa a mis hijos, la situación brinca al primer lugar en mi escala de atención, eclipsando y haciendo olvidar cualquier otra contingencia.

Lo mismo sucede con el dolor cuando algo les lastima o les aflige, sin saber realmente la magnitud de lo que sienten, me atrevo a afirmar que siento doblemente la cantidad de dolor que imagino que ellos sufren.

Perder a un hijo, independientemente de la forma, debe ser un dolor aplastante, presente a perpetuidad, que seguramente cambia el color, sabor y olor de las cosas de la vida. No puedo imaginarme lo que debe sentirse, tanto física, mental, emocional y espiritualmente, cuando un hijo se va. Seguramente ningún padre está preparado para un reto de esa magnitud y debe ser un dolor que nunca se supera y simplemente se tolera con el paso del tiempo.

En días pasados visité Hermosillo, municipio del estado de Sonora. Después de atender el evento oficial al que asistí, caminé a las afueras de las ruinas de la Guardería ABC. Me enfrenté a una bodega descolorida que en sus muros tenía las caritas sonrientes de niñas y niños, idénticos a los míos. A escasos metros una gasolinera continúa despachando combustible a sus clientes. Al dar la vuelta a la cuadra, vi la bodega que, en manos del gobierno del estado, se incendió y provocó que el fuego se extendiera hasta el sitio donde cientos de niños dormían la siesta.

Sobre el tema, Diego Enrique Osorno escribe un libro compuesto por cientos de pequeños testimonios que línea por línea van hincando una punta en el estómago del lector hasta arrancar algunas lágrimas. Esos dolorosos testimonios contenidos en Nosotros somos los culpables, como pequeñas piezas de un rompecabezas, componen una imagen absolutamente desgarradora.

En nuestro territorio existen más de 21 mil centros de atención infantil privados, públicos y mixtos, en los que pasan gran parte de su día nuestros niños. La experiencia que esta tragedia aleccionadora nos otorga debe ser atesorada para disminuir el riesgo en esos inmuebles mediante diversas acciones. La capacitación de autoridades, la revisión de las medidas de seguridad y protección civil, el fortalecimiento de la ley y su aplicación son tareas prioritarias a cumplir y medir de manera inmediata.

La tragedia en la Guardería ABC dejó en nuestra mente y en nuestro corazón una cicatriz indeleble que debe impulsarnos a realizar todos los esfuerzos que estén a nuestro alcance para evitar que una tragedia como ésta se repita en nuestro territorio.