Estreno

El hombre del norte: ¿Por qué ver la película épica de vikingos de Robert Eggers?

“El hombre del norte” se estrenó en cines; te decimos por qué tienes que ver la épica película de vikingos

El hombre del norte: ¿Por qué ver la película épica de vikingos de Robert Eggers?
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Es evidente que la trama de “El hombre del norte”, nueva producción de Robert Eggers, se presenta como una estilizada puesta al día de la tragedia de “Hamlet” y la leyenda escandinava que se presume le dio origen, con todo y su respectivo momento Yorick, recargando la ironía con el insano espíritu místico que suele utilizar como catalizador.

Sin embargo, contrario a lo que pudiera pensarse en primera instancia, e incluso pareciera confirmar el primer tercio del relato, el cual se convierte en uno de sus puntos endebles al concentrarse demasiado en contar algo conocido y sin mayores novedades más allá de lo estético; afortunadamente ofrece mucho más que la eficacia del traslado de una historia de venganza con tintes shakespereanos, llevada al campo de la brutalidad y de las superproducciones.

Pasando el periodo de planteamiento general, en el que por cierto hay también un salto de tiempo que deja trunco parte del desarrollo del protagonista en favor de posteriores regodeos —segunda pieza floja del mecanismo—, “El hombre del norte” nos sorprende con lo que además es un mustio pero sádico ejercicio de deconstrucción y reinvención del héroe tradicional de las grandes epopeyas hollywoodenses.

Porque, aunque este niño vikingo que, tras ver a su padre traicionado y asesinado, crece obsesionado con confrontar a quien fuera el victimario, emergiendo de entre los esclavos para reclamar justicia y de paso otorgar libertad en la misma línea del célebre Maximo Décimo Meridio de “Gladiador” (2000); sus códigos morales y principios son de naturaleza y estatura muy diferente.

Interpretado por Alexander Skarsgard —“The Afternath” (2019), “Godzilla vs Kong” (2021)— quien desde la postura de su cuerpo busca y consigue proyectar un estado de ofuscación permanente, el protagonista tiene mínimas reticencias en cuanto a quién y cómo es que asesina, salvo una que deja muy en claro, pero abandona casi con la misma rapidez con la que cede ante la ceguera del autoconvencimiento.

Ese que le permite validar en sus momentos más desesperados, una sangrienta cruzada personal alimentada por el miedo y el resentimiento, aludiendo al destino como eterno alcahuete para incluso hacer de la redención y la condena la misma cosa, y explotar en un combate imposible repleto de dramatismo.

La propuesta también tiene la carga religiosa de “Ben-Hur” (1959), estirpe a la que pertenece, pero ya sin el mismo conservador afán aleccionador que hoy se tornaría anacrónico. Aquí, ésta se manifiesta con visiones febriles de una cámara que, entre composiciones repletas de símbolos, juega a dejarse consumir por la oscuridad del vacío nihilista, que van y vienen como espasmos entre los límites del ensueño y la pesadilla de postales obsesionadas con la belleza tenebrosa de los contrastes, para pisar el terreno del cuestionamiento de la fe y su relación con la mentira.

“El hombre del norte” es una épica clásica acorde a nuestros tiempos, que conserva su grandilocuencia con una conjunción de lo tribal y lo sacro, así como diálogos delineados por sugestiva teatral —no por nada la formación escénica del también director de la “La Bruja” (2015) y “El Faro” (2019)—, que se repiten como rezos de un culto salvaje, materializando así el sentido espiritual y a veces insano de los mitos, emparentándoles con los cultos institucionales para así transgredirlos, tornándose mucho más compleja, turbia y retorcida que sus predecesoras, pero además manteniendo entre el ritmo requerido por el sopor del delirio, el perfil de entretenimiento para el gran público.

rc